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  • Writer's pictureDiana Lopez

Mis XV años en Canadá


Estos días he pensado en mi infancia, en aquellos juegos con los vecinos, en las comidas que me preparaba mi mamá y en el viaje que marcó mi vida.


Como toda mexicana, llegaron mis famosos “XV años” y le dije a mis padres que no quería fiesta, que eso ya estaba pasado de moda, quería ir a Machu Picchu (Perú) y accedieron. Más tarde (más por la fuerza que por gusto propio) mi papá me inscribió a tomar clases de inglés y me dio una sorpresa: no iría a Machu Picchu, sino a un campamento de verano en Canadá.

No me decepcioné, al contrario, jamás pensé que llegaría a un país del norte, a un extraño “Canadá” que a los ojos de una adolescente no tenía importancia.


Pasaban los meses y contagié de la emoción a una de mis mejores amigas, quien pidió a sus padres el mismo viaje que yo. Resulta que nos iríamos juntas a explorar ese desconocido país.


Sinceramente, no recuerdo como fue el proceso, pues no me importaba, pero si recuerdo la madrugada que llegué al aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Me encontré con que viajaría no sólo con mi amiga sino con otro grupo de mexicanas que casualmente habían elegido las mismas fechas de viaje.


Toda mi familia (incluida yo) estaba temerosa por hacer ese viaje, no sólo viajaría sola por primera vez, sino que lo haría a otro país donde no hablaban mi idioma. Pero no lloré al despedirme, subí al avión y me aventuré a lo desconocido.


El vuelo fue realmente rápido y al final hasta pude tomarme una foto en la cabina con los pilotos y una en el pasillo con los sobrecargos, ¡Qué amigables eran los canadienses! Finalmente entendí por qué los Canadienses tienen fama por ser de las personas más amigables del mundo.



Una vez que bajé del avión, empezó la verdadera aventura: pasar por inmigración. Por aquel entonces yo hablaba un inglés básico, pero me bastó para poder decir a que iba y me dejaron pasar sin ningún problema, pero las otras chicas no hablaban nada de inglés y las pasaron a otra oficina. Yo tenía miedo de que no las dejaran pasar por qué no hablaban inglés, me imaginaba mil cosas, como un oficial interrogándolas bajo una luz parpadeante. Pero no, sólo las llevaron con un agente de inmigración que hablaba español, y ya, les sellaron y nos dieron la bienvenida.


Salimos y un automóvil de la escuela a la que íbamos nos estaba esperando. Sentí que fue muy elegante todo, y así comenzó mi trayecto hacia el corazón de Toronto.


Nos llevaron a una residencia estudiantil que parecía un hotel. Había un comedor donde iban todos los estudiantes, una recepción elegante y pisos y pisos de habitaciones. A cada quien le dieron una tarjeta para entrar a la habitación asignada; todas estábamos en el mismo piso y teníamos dos asesores, Nick y Kate. Kate estaba disponible para nosotras siempre y Nick la ayudaba. Luego me di cuenta que estábamos separados por pisos, hombres y mujeres y Nick era el asesor principal de ellos.


Cuando llegamos a la escuela nos hicieron un examen para averiguar nuestro nivel de inglés y así poder empezar las clases. ¡Tenía compañeros de todas partes! Recuerdo a Idil y Denis de Turquía, a Luca de Italia, a Catherine y Angel de Corea, a Sergei de Rusia y otros tantos compañeros con quienes pasé excelentes momentos.


Mi maestra era muy joven pero un poco estricta y; sin embargo, amable. Cada viernes nos llevaba algún pastelillo hecho por ella misma, recuerdo que lo más rico fueron unos brownies de chocolate. Aprendí muchas cosas de ella, no sólo inglés sino “costumbres” o mejor dicho “actitudes” canadienses.


Todos los días después de clases nos llevaban a visitar lugares o hacer actividades al aire libre. Mi favorita fue una visita al lago Barry, nos quedamos un par de días y juro que jamás había hecho algo parecido. Nos quedamos en cabañas todas de madera en medio de árboles y frente al lago; pudimos nadar y hacer Kayaking. Por un momento fue como en la película “Juego de gemelas”, algo que no tenemos aquí en México.


También visitamos las Cataratas del Niágara, el Museo de Ontario, Casa Loma y muchos otros lugares increíbles. Siempre estábamos bajo vigilancia y nuestros guías se volvieron amigos.



Todas las comidas estaban incluidas en mi paquete, había un salón a modo de buffet, podrías comer todo lo que quisieras, pero en mi caso, pasé la primera semana de mi viaje comiendo puras ensaladas, y no es que sea fan de ellas, sino que tardé en darme cuenta de que había otras cosas, como cereales y pan, sólo que estaban en otra sección del buffet que no había visto. ¿Qué niño quiere desayunar ensaladas? Pues me pasó, pero todo tiene su lado positivo y de esto fue que bajé de peso involuntariamente.

Después de dos semanas, empecé a extrañar mi deliciosa comida mexicana y por suerte, mis amigos y yo encontramos un restaurante mexicano. ¡Tenían tacos al pastor! Qué maravilla, ¡Y salsa! Entre mi grupo de amigos estaban varios mexicanos y pues no pudimos resistirnos a poner bastante salsa en nuestros tacos, un chico español nos imitó y por hacerle la maldad no le dijimos que la salsa si picaba. No sé si lo sepas, pero si a un mexicano le pica es que un extranjero no lo va a tolerar. El pobre muchacho pensó que la salsa era guacamole, jaja, y rellenó sus tacos, a la primera mordida salió corriendo ¡Literal!


No cambiaría ese viaje por nada del mundo. Fue una experiencia que abrió mis horizontes, me ayudó a ser independiente y poder resolver los problemas por mí misma, a tener más y mejores expectativas de mi futuro y claro, a soltarme en el inglés.


Aún hoy, de vez en cuando mantengo contacto con mis amigos internacionales, Idil, Luca, Catherine e incluso con Nick, el asesor.


Si puedes tomar uno de estos viajes, yo te recomendaría no perder esa oportunidad, ganarás mucho y no hay forma que te arrepientas.


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